Encontrar una nueva senda que de forma casi imperceptible te introduce en la espesura de la sierra es una de mis grandes satisfacciones. Caminando sin un rumbo fijo y encontrarte metido en una vereda que cuesta seguir, es todo un signo de buen augurio. Te deja entrar. Te invita a que le hagas una visita, a que la reconozcas, a que veas su secreto que se ha guardado desde hace tiempo mientras la maleza se adueñaba del paso abierto desde muy antiguo. Pero una y otra vez, mientras avanzo despacio reconociendo el terreno, orientándome para poder volver sin contratiempos por el mismo sitio, van apareciendo los restos de la vereda que el tiempo casi ha borrado. Así he iniciado otra ruta, como antaño. Las emociones que estimulan el caminar, se refuerzan con la incognita de saber hasta dónde llegará. De momento sólo quiero que siga adelante, que siga... y vuelvo la cabeza hacia atrás para reconocer el camino de vuelta. No me gusta dejar marcas, sólo memorizar algunos detalles, aquellos que tengo que reconocer cuando vuelva.
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