Así mismo la plantación exponencial de almendrales de los últimos años, con riegos que habrán de ser la única forma de mantener, no solo la producción de almendra sino la propia supervivencia de los millones de árboles; vendrá a sacar, y no tardará mucho tiempo, la insuficiente agua que ya no cae del cielo, ni tampoco llena nuestro pantano y que aleja cada vez más profundamente las aguas subterráneas.
Espero equivocarme, pero temo que toda esa arboleda plantada en donde antes solo crecía el esparto, cuando se seque o, quizás llegue antes, cuando los precios de la almendra se tornen ruinosos, dejarán de cultivarse y nuevos territorios aparecerán abandonados.
Antes, el agua de un canal ruinoso se hubiera llevado nuestro mejor recurso y hoy, con la mecanización, la mano de obra en el campo desaparece de un día para otro. Los almendrales no dan trabajo y, ojo con hacer de su cultivo una alternativa para el campo que ya sufre con la falta de lluvias. Podría ser otra ruinosa apuesta.
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