Algunas nubes en el ocaso.
Veros de nuevo me recuerda las tardes del otoño, que vienen a continuación, y todo el invierno y primavera siguientes. Otro día más de calor que acaba con una pizca diferente en los cielos pajizos de la calima. Cuando el sol aprieta me recluyo en lo más profundo del salón, en la penumbra rasgada por la pantalla del ordenador en donde se suceden imágenes de paisajes nevados, verdes praderas, ríos desbocados de esta última primavera que ha sido tan pródiga, confiando en que pronto volverán las tardes de frío a la espera de un atardecer mágico que no siempre llega. Me queda ese sabor de un viento helado que se me cuela por el más pequeño hueco que he dejado al descubierto, o la agradable sensación cuando me pongo los guantes en medio del reportaje fotográfico para recuperar la sensibilidad en la punta de los dedos. El tacto del trípode que se congela más que el propio ambiente -qué curioso-, y que me quema cuando de regreso lo llevo al hombro y con el traqueteo encuentra en medio de las vueltas de la bufanda un poquito de la piel del cuello descuidada.
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