miércoles, 19 de abril de 2006

SEMANA SANTA - Martes Santo en Puebla de Don Fadrique - Procesión de la Escuela de Cristo

Por las referencias ofrecidas por D. Gonzalo Pulido, este martes de Semana Santa viajamos juntos a Puebla de D. Fadrique, penúltimo pueblo de la provincia de Granada en el camino hacia Murcia, para conocer y acompañar a los miembros de la Escuela de Cristo en su procesión. Llegamos cuando la Escuela se encontraba reunida en su iglesia: la ermita de San Antón. La puerta del recinto se encontraba cerrada y para no interrumpir el acto de penitencia que en ese momento se celebraba en su interior, nos quedamos en la placeta contigua. Tampoco teníamos tan claro que pudiéramos asistir. A través de la puerta se oían los murmullos de las oraciones del oficiante y las respuestas al unísono de los asistentes. En el punto de la noche recién estrenada, se abrió la puerta y comenzaron a desplegarse, primero junto a la portada de la ermita y luego a ambos lados de la calle por donde iba a comenzar la procesión. Cubrían sus trajes con una capa negra y forro rojo de raso sin distinción, y, a modo de báculo, un cirio en la mano. Se fueron alineando junto a la aceras hasta que quedó conformada la procesión. Dentro del recinto sagrado permaneció ultimando preparativos el único paso que procesionaría esta noche: un Cristo crucificado. El trono sobre el cual iba montado el Cristo era muy sencillo, acompañado con sendas cruces, una más grande que otra, recordando a los dos ladrones que acompañaron a Jesús en su última hora; algunas ramos de rosas rojas y en cada una de las esquinas un farol. Los portadores del paso, horquilleros, igualmente con capa, se ajustaban bajo los varales colocándose según su altura y probando los apoyos en los hombros. El capataz ordenaba, en voz baja, los últimos movimientos antes de la salida, finalizando con un golpe de la campanilla los preparativos e iniciando su estación de penitencia. Lentamente fueron acercándose hasta la puerta y tras superar unas escaleras el conjunto se meció en la plaza. Los cirios en el resto del cortejo se habían encendido hacía unos instantes. Con todo a punto y el santo en la calle, comenzó la procesión. Ni un solo sonido salió a despedirlos del barrio alto mientras iniciaban el descenso hasta la plaza. Las cornetas y los tambores ausentes acompañaban el silencio respetuoso de todos los que acompañábamos el desfile. De vez en cuando, con un leve toque de campana, se detenía el trono y con él todos nosotros. No había demasiada gente esperando a que pasara el cortejo hasta que bajamos hasta la plaza. Aquí a ambos lados de la calle si había más personas esperando el paso procesional, enmarcando su itinerario, pero en cuanto dejamos el ensanche la procesión continuó su andadura prácticamente en solitario. La novedad era ver asomado en su balcón a alguien. Me adelanté a la comitiva llegando a la placeta de la iglesia cuando sonaban en el edificio del Museo Etnográfico las trompetas, flautas, saxofones y demás instrumentos de la banda municipal que ensayaba a la misma hora del silencio sepulcral de la procesión. Hubo de llegar hasta ellos para que dejaran los pitos un miembro de la Escuela que se adelantó a la llegada a esta parte final del desfile procesional. Un vecino pretendió aparcar sobre las mismas rampas de acceso a la iglesia y desistió por indicación expresa de algunas de las personas que esperaban. Entró la procesión en la iglesia parroquial y una vez en el interior del magnífico edificio del siglo XVI se dispuso el trono en la parte trasera del salón. La distribución de las bancada para los fieles se había dispuesto de forma que en pasillo central se colocaran los miembros de la Escuela de Cristo sentados unos frente a otros sobre los bancos alineados perpendicularmente a los del resto de asistentes. Los cirios que se portaban se mantuvieron encendidos durante toda la misa que se ofició. Finalmente, en un momento de la celebración cada uno de los miembros de la Escuela de Cristo expresó en voz alta: - Si a alguno de mis hermanos he ofendido, que me perdone por el amor de Dios, que yo también le perdono a él-. Y aquella especie de jaculatoria resonó hasta setenta y dos veces entre aquellos muros sagrados.

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