
Ya llevan unos cuantos días florecidos, como unos quince. No obstante, su brillante estampa enmedio del olivar se ha desvanecido un poco a causa de las lluvias caidas en los últimos días.
He salido unas cuantas veces a hacerles algunas fotos. Encontré algunos lugares en donde las perspectivas de los árboles en flor eran mágicas y repetí las visitas para aprovechar los tonos diferentes de la luz según aparecían los días nublados o con el cielo casi despejado.
El domingo amaneció con un cielo azul magnífico que a media mañana se estropeó. Fuí directamente a los olivares para repetir las tomas del otro día pero esta vez a primera hora para tener otras mejores con aquel fondo de azul casi cobalto. Soplaba el viento y me encontré bajo los almendros florecidos en medio de una lluvia de pétalos. El viento despegaba los pétalos todavía húmedos de la lluvia y los llevaba de un lugar a otro dejando los suelos como si estuviera nevando. He aprovechado para hacer algunas fotos apuntando a las copas de los almendros cuando se soltaban los pétalos pues el efecto visto al natural era increiblemente bello. Apenas si lo veía a través de la pantalla de mi cámara pero confiaba en que el resultado fuera tan bueno como el propio disfrute de sentir los pétalos sobre mi cabeza y mi cara. Cuando aparecieron las nubes altas que ocultaban aquel cielo azul y los contrastes se diluían me volví para casa. También necesitaba dejarme querer en mi día del padre.
Y ha sido muy agradable encontrarme a mis hijas y a Mari esperándome para felicitarme con unos besos tan suaves como aquellos pétalos blancos llovidos desde el cielo.
Después de la celebración estuve descargando las fotos y buscando ansioso el resultado. Las fotos espléndidas con una luz perfecta, los almendros florecidos entre los olivos destacando como una novia en su gran día, y ... los pétalos allí delante, suspendidos eternamente en el cielo.
Solo un día la vida nos bendice con una lluvia de pétalos blancos.